Principios de marzo, hora de poner las segundas calificaciones del curso a mis alumnos de la ESO. En este período de pre-calificación/calificación es cuando menos disfruto de mi trabajo. Calificar a mis alumnos siempre me ha resultado incomodo, la verdad. Concretar mediante un número me resulta injusto y no me gusta.
A la hora de poner el correspondiente numerito, como profesor o mejor dicho, educador, me toca valorar tanto las habilidades y destrezas de cada uno de ellos como la actitud que demuestran ante las actividades planteadas y respecto a los demás (dándoles, en mi caso, mayor importancia a estas actitudes que a las habilidades). Basándome en estos dos aspectos tengo varios tipos de alumnos; en cuanto a la destreza, están los muy hábiles, los medianamente hábiles y los poco hábiles. En actitud están los que presentan muy buena disposición al esfuerzo, al trabajo, los medianamente motivados, los egocéntricos, los que “pasan de todo”, etc. Y luego se dan diferentes combinaciones como por ejemplo: los muy hábiles y con muy buena actitud, los poco hábiles y por consiguiente se sienten inferiores, los hábiles y que pasan de todo, etc. Los alumnos hábiles van solos, sus habilidades lucen mucho, a poco que se esfuerzan consiguen grandes beneficios y si esto va acompañado de ganas de trabajar y un carácter apropiado es algo maravilloso. No puedo pedir mas como educador. Pero si esta gran habilidad viaja junto a la pereza, la arrogancia y la falta de empatía no creo que llegará muy lejos. También están los poco hábiles y que no se esfuerzan en aprender, estos me preocupan.
Este post quiero dedicarles a uno de estos grupos, los medianamente o poco hábiles pero con una buena actitud, es decir, a esos que aun sabiendo que tienen dificultades o que las cosas no les sale como quisieran siguen esforzándose, siguen trabajando, sudando, con el objetivo de progresar y hacerlo mejor. Estos alumnos son los que más admiro, son por los que merece la pena la enseñanza y a los que dedico mayor atención. Creo sinceramente que esa actitud de esfuerzo, y superación les valdrá durante toda su vida y yo como educador intento alimentarla todo lo que puedo, sobre todo en los momentos que desesperan o se sienten más bajos anímicamente. En algún momento de sus vidas deberán luchar por algo, perseguirán un sueño o querrán cumplir con algún objetivo y ese esfuerzo y sacrificio formara parte de ellos, de su forma de ser. Estas cualidades son las que cultivan el alma y el alma es el motor de nuestras vidas.
Les recuerdo constantemente que no le doy importancia al resultado sino que busco otras cosas aparte de saber tirar a canasta, ejecutar correctamente el saque de tenis o conseguir nadar crol como Michael Phelps. Algún día entenderán que el viaje es más importante que el destino y que el resultado final no es lo más importante, aunque durante una parte de sus vidas el numerito será fundamental para su futuro. Luego vuelven al aula y se encuentran desgraciadamente, con la realidad en la que vivimos hoy en día, es decir, el resultado por encima de todo, el numerito que califica el examen o el trabajo, que es al final a lo que se reduce todo. Porque… ¿Cómo se mide el esfuerzo? ¿Merece mejor calificación, el genéticamente bien dotado intelectualmente o el alumno al que le cuesta pero es un trabajador incansable?
Tengo un hijo de 6 años, Unai. Pronto comenzarán a calificarle con un numerito. No puedo negar que ese numerito no me importa porque como he comentado anteriormente, será importante en su vida. Poco a poco va inundándose de conocimientos, su cerebro se llena de información, es parte de una sociedad (amiguitos) pero yo prestaré atención a su alma, al esfuerzometro, me gustaría que tuviese una buena calificación en este apartado.
“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa” Mahatma Gandhi. Político y pensador indio (1869-1948)
Muy buen post Julen!!!
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