domingo, 25 de marzo de 2012

LOS SUSURRADORES

Cuando tenía aproximadamente 15 años, recuerdo las siguientes palabras que solía decirme mi abuelo cuando le preguntaba por qué salía a andar todos días desde su casa al Faro Matxitxako (10-12 km.). Yo no entendía como le podía motivar algo que a mí me parecía tan sumamente aburrido. ¡Todos los días igual! Me decía: “Hijo, me gusta mucho andar. Cuando voy a andar, soy feliz. Respiro hondo y el aire fresco entra en mis pulmones y además los arboles me hablan. Cuando paso junto a ellos, agitan sus ramas y me dan la bienvenida.” Yo me reía, no entendía y pensaba... ¡cómo está mi abuelo!

Ahora dando una pirueta saltaré a otro tema. Hoy he vuelto a ver la película “El hombre que susurraba a los caballos”. Los que la habéis visto me diréis que es una película romanticona, con Robert Redford y tal… Sí, lo es pero no es el tema romántico lo que me interesa (yo además no soy nada romántico). El personaje de Tom Booker (Robert Redford) es un vaquero que posee una facultad especial para hablar y curar a los caballos. Y hoy me ha dado que pensar. Él es el susurrador de caballos.





En un momento de la película hablando de los caballos y su relación con los hombres se comentalo siguiente…


            “… Un millón de años antes que el hombre, pacían en las bastas llanuras
                                   guiándose por voces que solo ellos podían oír.
                  Al principio conocieron al hombre como la presa conoce al cazador.
                     Antes de que los usara para su trabajo, los mataba por su carne.
                                  Su alianza con el hombre siempre sería frágil,
                                   porque el temor que este les había causado
                                    era demasiado profundo para erradicarlo.
                 Desde la era neolítica, cuando el hombre le colocó el primer ronzal,
                            ha habido algunos que han entendido esta alianza,
                       podían ver el alma de la criatura y aliviar las heridas que encontraban.
                             Susurraban pequeños secretos a sus oídos inquietos,
                             estos hombres son conocidos como los susurradores…”



¡Susurrar al oído a un caballo! ¡Menuda avería tiene Robert Redford!

Pero… ¿y si algunas personas son capaces de oír y ver cuando para los demás solo hay silencio y oscuridad? ¿Y si para oír y ver solo hay que querer hacerlo?

Yo quiero creer que la naturaleza nos habla, pero no escuchamos. Nos muestra su fragilidad y no la vemos. Nos lo ha dado todo y nosotros en cambio la golpeamos. Tiene motivos para estar enfadada y decepcionada con el ser humano y aun así nos regala momentos únicos cuando nos acercamos a ella. Debemos aprender a vivir con ella y no contra ella. Quizás algunas personas mantengan todavía una relación especial con ella. Personas que entiendan su lenguaje, que puedan comunicarse con ella. En ocasiones las calificamos como locos porque susurran a caballos, creen que los arboles les hablan, nadan con delfines, suben montañas o porque encienden fuego y bailan alrededor de él invocando a los espíritus.

Yo no soy uno de ellos. Soy un poco miedoso con los animales, me cuesta acercarme a ellos y ¡no te digo lo de tocarlos! Cuando voy corriendo por el monte no se me ocurre pensar que los arboles me hablan cuando agitan sus ramas, creo que es el viento y punto. Pero también es cierto que en algunas ocasiones, en contadas ocasiones, me detengo súbitamente, en medio de un entreno, de una serie y sin razón aparente, contemplo el paisaje, o bajo el ritmo y escucho el canto de los pájaros, o salgo del camino para sentir que me pierdo y exploro lugares desconocidos, o bien me doy un trompazo impresionante intentando evitar pisar a un animalillo, etc. Suelen ser momentos mágicos. He llorado y reído corriendo por el monte. ¿Y si estas acciones son consecuencia de un instinto, de sentimientos ya olvidados y que por momentos tenemos la suerte de poder revivir? ¿Y si resulta que la naturaleza nos habla y solo la oímos en esos momentos? Afortunados los susurradores.

Han pasado más de 20 años desde entonces. Mi abuelo tiene 85 años, no puede ir al Faro Matxitxako como antaño pero el sale a andar todos los días 3 veces. Anda mucho la verdad pero por otros lugares, mas lentito, más encorvado pero con la misma ilusión. A mi me gusta.


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