Tocaba, pues, ponerse el primer dorsal del año. Ya he comentado alguna vez que no soy de los que les gusta ponerse un dorsal a menudo pero reconozco que en ciertas ocasiones viene bien para romper con la rutina de los entrenamientos y ver que sensaciones tenemos.
Pero centrándonos en la carrera y en los corredores en concreto, es evidente que no todos parten con los mismos objetivos. Algunos lucharan por la victoria, otros lucharán por batir sus marcas personales, otros simplemente querrán terminarla… y hay otros que la correrán por otros motivos. Algunos tardarán 25 horas en completar la distancia y otros 45. Los primeros entran a meta en medio del estruendo y los aplausos de los que allí se congregan. Todos esperamos a ver quién es el primero, o quien será la primera mujer… pero a medida que las horas pasan, lógicamente, el público se va cansando y la gente se retira a sus quehaceres. Pero, irónicamente, aún quedan por llegar los corredores que mas aplausos necesitan.
El tema de este post surge de lo que os contaré a continuación. Por diversos motivos, mi mujer y yo tuvimos que volver el domingo a Beasain, lugar donde se celebra la prueba. Fuimos a la zona de meta y aún llegaban corredores de la prueba larga. En un primer momento me embargó una sensación de tristeza que luego dio paso al orgullo. Tristeza por ver como el esfuerzo y sacrificio de algunos corredores pasaba inadvertido en medio de la vida cotidiana de la gente. De cómo una persona que realiza el esfuerzo de su vida y que llega con la cara desencajada después de casi dos días, debe pasar para llegar a meta, al lado de unas personas que están sentadas en un terraza tomándose un café y por el medio de unos niños que están jugando al futbol.
Pero no quiero que nadie me malinterprete. No estoy criticando a esas personas de la terraza ni a esos niños que juegan. No me entendáis mal. Simplemente quiero señalar que en ocasiones las cosas más bellas pasan a nuestro lado y no nos damos cuenta, que miramos a los héroes y no los reconocemos.

- Zorionak!
- Perdón… ¿qué?... – me respondió ella algo confundida.
- Le digo que enhorabuena.
- Ah!.. sí… gracias – me dijo.
En ocasiones somos testigos de las situaciones más conmovedoras cuando menos lo esperamos. A veces las historias más bellas suceden al final y los héroes tardan 45 horas en llegar. Valga mi más profundo respeto y admiración por ellos.
Cuanta verdad!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Ederra, Julen.
ResponderEliminarEskerrik asko.
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